viernes, 11 de septiembre de 2009

Ella duerme.

Aparece y todo se disuelve a la intemperie. Las montañas de nieve parecen llegar a su frente con el trastorno y el oleaje de la noche, con el vaivén de los árboles que envician la ciudad; con esas ventanas rígidas del mundo, con la luz de viernes que se abre hasta sus pies luminosos mientras yo trato de no extrañarla tanto.

A la mañana siguiente bosteza junto con el sol y se vuelve a dormir, gira sobre la cama tres veces; siento que me llama con ternura y se vuelve a dormir; y yo, quiero acudir a ella como un rayo de luz, volcarme en su frente como un beso desesperado para dejarme caer en sus manos.

Aquí, la leche derramada y la sopa fría y a medio terminar, mi café duerme junto a mi almohada, mis libros distraídos en la ventana y desparramados como la luz ven tímidamente la calle y el vuelo de las aves; el ordenador encendido y sin señal; a lo lejos, llora una niña o un niño. – puede ser Mitzrael o Abigail, ellos siempre llorarán a medio día-.
El sol me ha llegado hasta el ombligo, deseo sentir sus manos deslizándose por mi frente y sentir a Mitzrael o Abigail susurrándome –asumo que me gustará esa baba infantil-.
Abro un ojo sin despertar al otro. Quisiera que Carolyn esté sobre mi pecho, reposando, porque los días crecen más largos y el sol nos comienza a calentar.

Septiembre es tiempo para una nueva vida y nuevos comienzos. La primavera aquí en el Perú nos hace vulnerables frente a personas, situaciones y lugares poco familiares. Animado por el amor, busco esfuerzos nuevos que enriquezcan nuestra vida juntos y nos traigan un nuevo significado para seguir amándonos.

Carolyn, tu amor me enseña a disfrutar todos los signos de despertar mientras estoy esperándote al pie de mi montaña o del mar que me resuena tu nombre.

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