lunes, 7 de septiembre de 2009

El sueño y el amor.

Primer lunes de septiembre y todo está más iluminado después del cese de una tupida lluvia en las tardes de equinoccio aquí en el Perú. Las montañas parecen incendiarse como un manto de mariposas negras con los pájaros en la cornisa. Un café, dos libros, una bala, una botella de vino seco por la mitad, diez puchos de cigarro que inundan los pulmones son el resultado final de la maldita ternura que me provoca el estar enamorado.

Ya son dos días y tres noches de encierro bebiendo y fumando como un condenado. Ayer, pensándola, traté de amagar a un pájaro en el aire pero el cuchillo ha temblado en mis manos como una pequeña motosierra.

Bien saben que tengo mucha torpeza para escribir o decir palabras que puedan estremecer o puedan sostener una hipótesis válida; parece que tengo urgencia de ella como un hombre buscando todos los tesoros del mundo, parece que amar en silencio y en la distancia me convierte en una partícula de vida violentada. ¿Pero qué sé yo de violencia si con ella toda acción y toda palabra es agua viva en su completa composición? Ahora veo por qué sobrevive en mi claroscuro hasta convertirse en una torre de trigo recién nacido, alba viva, candente atmósfera en la juventud de todas las cosas; con ella soy esa luz pequeña que invade todas las sombras y puede caer tormentosamente a mis manos como un rayo ultravioleta sin lastimarla; ha hecho mi mundo infinito y una arquitectura de sueños y amores truncados, parece que la vida no me alcanzará para contemplarla, parece que la vida me disparó a matar y hoy me deja con todas mis anomalías románticas.

Mirar mis montañas, sus montañas, ¡nuestras montañas! – perdonen que puntualice a este pequeño bosque que me rodean en las tardes de Septiembre- son el único rescoldo que mantiene viva mi fe.

Hoy he de confesarle mi temor más grande (es tan grande que me confunde). La amo.

Sí, desde que la conocí el amor se ha clavado como un cuchillo por mi pecho, por mi espalda, por mis costillas, por mis vértebras, por mis piernas y mi cerebro; me ha tomado por sorpresa como el ladrón que ha robado la esperanza de los niños huérfanos al pie de un puente dejándolos llorar como riveras que han de parar al mar como este amor y este cuerpo silente en algún invierno.

Yo seguiré esperándola en el mismo lugar de siempre, en el mismo parque, al pie de mis montañas, más allá del cielo: ella, y yo sólo en la noche que no me puede sostener el corazón, soñando que me reconozca como todas las noches cuando la veo en mis ojos salvajes que se están perdiendo con el pasar de los años.

Carolyn, te he soñado y, mi corazón se enciende cuando te pienso a tal punto de resumirnos en esta bella locura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario