miércoles, 30 de septiembre de 2009

Abrazándote.

Necesitaba hacerlo. Muchos corazones son troquelados como piezas magníficas en esta época de flores y colibríes. La primavera siempre enciende los lugares más sombríos aquí en Perú. En EE.UU. las personas y algunas aves ahora están temblando de frío; deben ser esos vientos de otoño que anuncian el invierno.
Creo que allá hace un frío de los mil demonios y me pone triste imaginar a muchas personas solitarias en las frías calles de New Jersey, a muchos niños durmiendo en cartones; imagino a los viajeros que tenían que estar por obligación de negocios en esa tercera estación;: también imagino a los turistas y a Carolyn, mi Carolyn; comiendo galletas acompañadas de un vaso con leche mientras yo estoy contemplándola en las fotos que tengo de ella.

Ahora más que nunca quisiera poder ser un abrigo para estar prendido de su piel, abrigándola, evitando que el frío cale hasta sus huesos; imagino ser una brasa ardiendo para calentar sus noches mientras duerme.

Mañana, apenas faltará un día para el 02 de Septiembre y no seremos la excepción del frío o el calor en estas dos estaciones que en la distancia nos hace pensar en ser la medicina o el cuidado para cada quien.

Una canción resuena en el ordenador y trato de no ponerme triste.
Dios es grande; es tan grande como mi amor por ella, porque basta verla sonreír por la web cam mientras escribo estas hormigas que me hacen extrañarla.

Carolyn, cuando me miras por esta ventana y me sonríes con tus labios carmesí, en mi piel surgen sensaciones a mil revoluciones por segundo.

domingo, 13 de septiembre de 2009

La llamada telefónica.

Al principio ella fue una serena conflagración, un rostro que no fingía ni siquiera su belleza, unas manos que de apoco inventaron un lenguaje, una piel memorable y convicta, una mirada limpia, sin traiciones; una voz que caldeaba la risa, unos labios nupciales, un brindis.

Es increíble, pero a pesar de todo, tuve tiempo para ver que sencilla es la vida y que no importa que el futuro sea una oscura maleza; la manera tan poco suntuaria que escogimos nuestras mutuas tentaciones fue un estupor alegre sin culpa ni disculpa. 

Me sentí optimista, nutrido, renovado; tan lejos del sollozo y la nostalgia, tan cómodo en mi sangre y en la de ella a pesar de tantos kilómetros que nos mantienen separados, tan vivo sobre el vértice de musgo, tan hallado a la espera; que después, el amor salió a la noche sin luna y no importaba, salió a desmontar la anécdota, a componer la euforia, a recoger su parte del botín porque nos habíamos enamorado.

Solo entonces pensé en ella eligiéndola, y sin dolor, sin desesperaciones, sin angustia y sin miedo dócilmente empecé como todas las noches a necesitarla.

Aquel día, mientras la extrañaba, llegué tarde , pues me quedé cenando en el gótico; era lo que quería hacer , era muy mala la idea pero lo tenía planeado hace muchos días. Cuando entré al teatro, sólo, vi un cartel que estaba repetido en cuatro paredes y era el mismo, ahí se mezclaba el trabajo de cinco  fotógrafos, pero nada más, no era una propuesta, era una mezquindad comprimida y me quedé con ganas de ver a Juanjo ,el director del teatro, es un buen tipo; y sin darme cuenta me entraron unas ganas locas de extrañarla. Carolyn sabe que Lima está lluviosa y  toda ciudad lluviosa ahonda la tristeza.

Al siguiente día, despues de mi regular faena, pensé ir al mar, a verlo, a mirar la lejanía, a tocar su espuma para afeitar mi barba que se estaba colgando presurosa de mi quijada, a dejarle una carta más a mi amor en una botella que llegue hasta alguna playa de Santo domingo y luego me pregunté si no era mejor llamarla por teléfono.

-Aló, Carolyn mi amor, buenas tardes-.

Un pequeño silencio me invadió el alma y pensé que había marcado un número equivocado.

-Aló mi Roy, respondió ella-

Carolyn siempre sabe como robarme una sonrisa e incendiarme el corazón que me salta como un grillo cada vez que escucho su voz.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Ella duerme.

Aparece y todo se disuelve a la intemperie. Las montañas de nieve parecen llegar a su frente con el trastorno y el oleaje de la noche, con el vaivén de los árboles que envician la ciudad; con esas ventanas rígidas del mundo, con la luz de viernes que se abre hasta sus pies luminosos mientras yo trato de no extrañarla tanto.

A la mañana siguiente bosteza junto con el sol y se vuelve a dormir, gira sobre la cama tres veces; siento que me llama con ternura y se vuelve a dormir; y yo, quiero acudir a ella como un rayo de luz, volcarme en su frente como un beso desesperado para dejarme caer en sus manos.

Aquí, la leche derramada y la sopa fría y a medio terminar, mi café duerme junto a mi almohada, mis libros distraídos en la ventana y desparramados como la luz ven tímidamente la calle y el vuelo de las aves; el ordenador encendido y sin señal; a lo lejos, llora una niña o un niño. – puede ser Mitzrael o Abigail, ellos siempre llorarán a medio día-.
El sol me ha llegado hasta el ombligo, deseo sentir sus manos deslizándose por mi frente y sentir a Mitzrael o Abigail susurrándome –asumo que me gustará esa baba infantil-.
Abro un ojo sin despertar al otro. Quisiera que Carolyn esté sobre mi pecho, reposando, porque los días crecen más largos y el sol nos comienza a calentar.

Septiembre es tiempo para una nueva vida y nuevos comienzos. La primavera aquí en el Perú nos hace vulnerables frente a personas, situaciones y lugares poco familiares. Animado por el amor, busco esfuerzos nuevos que enriquezcan nuestra vida juntos y nos traigan un nuevo significado para seguir amándonos.

Carolyn, tu amor me enseña a disfrutar todos los signos de despertar mientras estoy esperándote al pie de mi montaña o del mar que me resuena tu nombre.

lunes, 7 de septiembre de 2009

El sueño y el amor.

Primer lunes de septiembre y todo está más iluminado después del cese de una tupida lluvia en las tardes de equinoccio aquí en el Perú. Las montañas parecen incendiarse como un manto de mariposas negras con los pájaros en la cornisa. Un café, dos libros, una bala, una botella de vino seco por la mitad, diez puchos de cigarro que inundan los pulmones son el resultado final de la maldita ternura que me provoca el estar enamorado.

Ya son dos días y tres noches de encierro bebiendo y fumando como un condenado. Ayer, pensándola, traté de amagar a un pájaro en el aire pero el cuchillo ha temblado en mis manos como una pequeña motosierra.

Bien saben que tengo mucha torpeza para escribir o decir palabras que puedan estremecer o puedan sostener una hipótesis válida; parece que tengo urgencia de ella como un hombre buscando todos los tesoros del mundo, parece que amar en silencio y en la distancia me convierte en una partícula de vida violentada. ¿Pero qué sé yo de violencia si con ella toda acción y toda palabra es agua viva en su completa composición? Ahora veo por qué sobrevive en mi claroscuro hasta convertirse en una torre de trigo recién nacido, alba viva, candente atmósfera en la juventud de todas las cosas; con ella soy esa luz pequeña que invade todas las sombras y puede caer tormentosamente a mis manos como un rayo ultravioleta sin lastimarla; ha hecho mi mundo infinito y una arquitectura de sueños y amores truncados, parece que la vida no me alcanzará para contemplarla, parece que la vida me disparó a matar y hoy me deja con todas mis anomalías románticas.

Mirar mis montañas, sus montañas, ¡nuestras montañas! – perdonen que puntualice a este pequeño bosque que me rodean en las tardes de Septiembre- son el único rescoldo que mantiene viva mi fe.

Hoy he de confesarle mi temor más grande (es tan grande que me confunde). La amo.

Sí, desde que la conocí el amor se ha clavado como un cuchillo por mi pecho, por mi espalda, por mis costillas, por mis vértebras, por mis piernas y mi cerebro; me ha tomado por sorpresa como el ladrón que ha robado la esperanza de los niños huérfanos al pie de un puente dejándolos llorar como riveras que han de parar al mar como este amor y este cuerpo silente en algún invierno.

Yo seguiré esperándola en el mismo lugar de siempre, en el mismo parque, al pie de mis montañas, más allá del cielo: ella, y yo sólo en la noche que no me puede sostener el corazón, soñando que me reconozca como todas las noches cuando la veo en mis ojos salvajes que se están perdiendo con el pasar de los años.

Carolyn, te he soñado y, mi corazón se enciende cuando te pienso a tal punto de resumirnos en esta bella locura.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Pequeño colibrí.

Ayer volvió a llover; esta vez con una lluvia más finita, parecían agujas caídas del cielo. Estuve parado mirando desde la puerta de la casa- que más que casa parece un laboratorio de pinturas y algunos cuadros que nunca se exhibieron- observaba detenidamente mis cuatro cerros que ya conocen por medio de estas cartas y confesiones y pensé: quizá no aguante la tarde tanta tristeza después que cese la lluvia si nunca verdean estos cerros, -¡ay Dios, cómo me gusta el olor del campo!

A veces pienso en ella como la tibieza de ese campo cediéndome el refugio, arrancándome esta tristeza personal que se incrusta en mi cabeza y en mi pecho cuando cesa la lluvia, pienso en sus ojos que me inundan como mar, en esos ojos que quizá los han curtido la costumbre, -miren que la comparo hasta con los veranos que nunca llegaron en alguna parte del Perú- y pienso en mis destierros y en su última oración.

Aún no tengo una figura completa de ella y tal vez sea porque me gusta refugiarme en el olvido de la gente porque tengo miedos; pero ahora estoy dispuesto a desatar estos miedos hasta de mis zapatos, quiero besar las manos de un niño, de un anciano; quiero besar sus manos también para sentir incendiarme de esperanza como un pequeño bosque, hasta alcanzar su imagen: mi pequeña semejanza.

Ya son las dos de la tarde y todo parece el descanso de un pájaro al borde del crepúsculo, septiembre cae a todas prisas, con menos invierno, y necesito terminar esta carta o esta confesión que he de mandársela con urgencia para que sepa cómo son mis tardes aquí en Lima, a cientos de kilómetros donde ella debe estar abrigada cuando hace frio.

Ahora mi única resolución es mi dulce Caro. Mientras observo la humarada tranquila de una cabaña; veo a una niña jugando en el charco de agua que ha dejado la lluvia y sus tristezas; sus ojos parecen anidarse al silencio, parece una mariposa bebiendo las lágrimas que el cielo ha dejado caer. A veces pienso que así es ella después de todas las tardes lluviosas pero temo ilusionarme con mis especulaciones; sin embargo; así la pienso.

Pronto volveré al parque a observarla en el vuelo de los pequeños colibríes mientras estamos distantes, mientras la luz cae redonda a mis manos, como en rodajas, en poquitas cantidades, medio tormentosa.

¡Ay Carolyn, pero esta luz que cae a mis manos es realmente tibia, muy tibia!


sábado, 5 de septiembre de 2009

Confesión

Otra vez sobre septiembre los niños están llorando y afuera estuvo lloviendo. Las calles y las personas llevan esa tristeza interna que sólo deja la lluvia. Yo estoy aquí, con mis cuatro cerros grises y mi corazón. Los días lentos y de espesa neblina parecen nunca avanzar.

Sé que ella está allá en algún lugar de Santo Domingo, como un punto sonoro y frágil, profundo como un bolero. Qué puedo decir, no sé nada música. Lo siento, me sonrojo cuando su palabra late al ritmo de los merengues que tanto le gusta: Juan Luís Guerra y la 440, mientras yo soy de pasos tan torpes y pesados, soy pobre en lenguaje del sonido y sus composiciones.

Tengo miedo de ese silencio, tengo nostalgia de que la palabra no me alcance para decirle cuanto la amo mientras la pienso recostando todos mis recuerdos en la almohada de los días que paso con ella.
No hay mucho que decir, mi corto vocabulario no lo permite y a veces soy solo esa despedida triste e inconclusa en el alma de un árbol. Lo sabe, mientras va volando por ahí acariciando la noche como un gato herido, como un pequeño colibrí.

Desde la profundidad de mi corazón quisiera que no supiera de tristes paisajes en un desierto, que no supiera de la agonía de un pájaro o de un árbol al pie de una cascada, pero no me alcanzan las manos para taparle el mundo, y es que al igual que ella, tengo también los pies llenos de arena y de recuerdo.

Me hace reír cuando pienso en los gansos de su vecina cuidado la puerta o su ventana, si, es así, lo recuerdo, un sonido de cornetas detiene el tiempo, y de pronto está aquí como la luna, y como el amor celeste que de ella cuelga. Yo me lleno de risa en el ombligo y en el hoyuelo que se perdió de mi mejilla derecha. Me lleno de risa y de ti, como diría su corazón.

Perdónenme por decir de más, si se me escurre una palabra de perro o de pájaro salvaje roto y tendido como una playa glasé. Pero así soy, y ella sabrá de mi en mis campos cuando tiemble el trigo, y perdónenme también si lloro mientras cocino, si la enfermedad se hace ausencia y me desangro y la reconstruyo con palabras cuando no está- a pesar del corto tiempo-, como un rostro abierto o una antología callada que el viento hace verbo mientras la lluvia me serena.

Afuera estuvo lloviendo
Carolyn, y ahora lo sabes. Pero yo estuve aquí sin importar la lluvia, aquí, esperándote como siempre. Y sólo anhelo que pases un día y que sonriendo me reconozcas…
¡Ay Carolyn!, sólo eso, que me reconozcas.
.

Aparición.

Ningún vocablo o signo me reveló su presencia aquella tarde y ahí estaba, encendiendo el rincón ilusorio de la casa; colmándome como sangre en la herida fresca, cegándome los ojos como luz de veladora en algún lugar del mundo.

Estos amores existen y sobreviven.
Carolyn y yo lo supimos después de tanto dolor y demasiado saber en su pecho y en el mío. Yo, extendiéndome como noche sobre todas sus horas. Ella, mi enloquecido sueño de elefantes.

Éramos jóvenes y hermosos, o por lo menos ella que me ama sin escatimar ensueños.

Éramos pequeños y de astillas inocentes derramándonos en la locura de la sombra; ella florecía en todos los prados, yo atizaba todas las tardes.

Nos incendiábamos el corazón a toda hora; a veces éramos luminosos, a veces diminutas criaturas mirando la cornisa. A veces nos escampábamos en un solo latido de pecho: dos árboles serenándose con la lluvia.

A partir de entonces la recuerdo desde el primer día: cosecha de rosas en el mes de agosto en estas frías tardes en Lima; yo miraba las montañas, ella pensaba en mis ojos; yo profundo de corazón, ella mil sueños por realizar.

Es fácil mantener la leña ardiendo: un día para los dos sin preguntar por los demás: Ella me sonríe y yo la amo hasta consumirnos.