sábado, 5 de septiembre de 2009

Aparición.

Ningún vocablo o signo me reveló su presencia aquella tarde y ahí estaba, encendiendo el rincón ilusorio de la casa; colmándome como sangre en la herida fresca, cegándome los ojos como luz de veladora en algún lugar del mundo.

Estos amores existen y sobreviven.
Carolyn y yo lo supimos después de tanto dolor y demasiado saber en su pecho y en el mío. Yo, extendiéndome como noche sobre todas sus horas. Ella, mi enloquecido sueño de elefantes.

Éramos jóvenes y hermosos, o por lo menos ella que me ama sin escatimar ensueños.

Éramos pequeños y de astillas inocentes derramándonos en la locura de la sombra; ella florecía en todos los prados, yo atizaba todas las tardes.

Nos incendiábamos el corazón a toda hora; a veces éramos luminosos, a veces diminutas criaturas mirando la cornisa. A veces nos escampábamos en un solo latido de pecho: dos árboles serenándose con la lluvia.

A partir de entonces la recuerdo desde el primer día: cosecha de rosas en el mes de agosto en estas frías tardes en Lima; yo miraba las montañas, ella pensaba en mis ojos; yo profundo de corazón, ella mil sueños por realizar.

Es fácil mantener la leña ardiendo: un día para los dos sin preguntar por los demás: Ella me sonríe y yo la amo hasta consumirnos.

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