sábado, 5 de septiembre de 2009

Confesión

Otra vez sobre septiembre los niños están llorando y afuera estuvo lloviendo. Las calles y las personas llevan esa tristeza interna que sólo deja la lluvia. Yo estoy aquí, con mis cuatro cerros grises y mi corazón. Los días lentos y de espesa neblina parecen nunca avanzar.

Sé que ella está allá en algún lugar de Santo Domingo, como un punto sonoro y frágil, profundo como un bolero. Qué puedo decir, no sé nada música. Lo siento, me sonrojo cuando su palabra late al ritmo de los merengues que tanto le gusta: Juan Luís Guerra y la 440, mientras yo soy de pasos tan torpes y pesados, soy pobre en lenguaje del sonido y sus composiciones.

Tengo miedo de ese silencio, tengo nostalgia de que la palabra no me alcance para decirle cuanto la amo mientras la pienso recostando todos mis recuerdos en la almohada de los días que paso con ella.
No hay mucho que decir, mi corto vocabulario no lo permite y a veces soy solo esa despedida triste e inconclusa en el alma de un árbol. Lo sabe, mientras va volando por ahí acariciando la noche como un gato herido, como un pequeño colibrí.

Desde la profundidad de mi corazón quisiera que no supiera de tristes paisajes en un desierto, que no supiera de la agonía de un pájaro o de un árbol al pie de una cascada, pero no me alcanzan las manos para taparle el mundo, y es que al igual que ella, tengo también los pies llenos de arena y de recuerdo.

Me hace reír cuando pienso en los gansos de su vecina cuidado la puerta o su ventana, si, es así, lo recuerdo, un sonido de cornetas detiene el tiempo, y de pronto está aquí como la luna, y como el amor celeste que de ella cuelga. Yo me lleno de risa en el ombligo y en el hoyuelo que se perdió de mi mejilla derecha. Me lleno de risa y de ti, como diría su corazón.

Perdónenme por decir de más, si se me escurre una palabra de perro o de pájaro salvaje roto y tendido como una playa glasé. Pero así soy, y ella sabrá de mi en mis campos cuando tiemble el trigo, y perdónenme también si lloro mientras cocino, si la enfermedad se hace ausencia y me desangro y la reconstruyo con palabras cuando no está- a pesar del corto tiempo-, como un rostro abierto o una antología callada que el viento hace verbo mientras la lluvia me serena.

Afuera estuvo lloviendo
Carolyn, y ahora lo sabes. Pero yo estuve aquí sin importar la lluvia, aquí, esperándote como siempre. Y sólo anhelo que pases un día y que sonriendo me reconozcas…
¡Ay Carolyn!, sólo eso, que me reconozcas.
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